Por Yoel Ventura*
Sin duda alguna, uno de los lugares favoritos donde prefiero esperar el fin del mundo es nuestra plaza de armas, y es que este pedacito de ternura y belleza, enclavado en el corazón de nuestra ciudad, guarda mucho de historia, tradición y recuerdos. Y por supuesto, yo como buen "pata amarilla", también he escrito algunas hojas de mi vida teniendo como protagonista a este lugar. Muchas tantas veces solía sentarme cerca a la pileta para conversar con amigos y amigas, y muchas otras a conversar conmigo mismo. y por supuesto es infaltable también observar a las personas de la tercera edad quienes suelen hacer de nuestra plaza de armas el lugar perfecto para sus interminables tertulias sobre la vida, el amor y otras tantas "cojudeces" de las que se componen nuestros días.
Era éste una tranquila tarde de otoño en la plaza de armas, el viento cabalgaba sobre el espacio, mientras el reloj había detenido sus horas para tomarse una siesta. Al frente de la catedral y cerca de donde estaba, habían seis ancianos; algunos de ellos de poca cabellera, quienes estaban conversando sobre política y no dude ni un minuto en meter mi "cuchara" en esa conversación; y es que es típico de un joven de mi edad, creer erradamente que lo sabe todo y poder discutir con cualquiera. Con mucho respeto quise imponer mis ideas, pues me bastó solamente utilizar algunas jergas de la ciencia política para que estas personas se sorprendan de mí. Y así la conversación se puso más amena, ya que de política, hablamos de economía, y terminamos hablando de mujeres. Ellos "rajaron" de los de mi generación, y yo les di la razón, ya que antes se conquistaban con rosas y chocolates y hoy sólo basta tener un par de condones.
Y así, hablamos hasta de quienes deben tener los pantalones en la casa. Don Manuel dijo que él mandaba en la casa, pero su amigo el pícaro Gabriel, terminó la frase diciendo: "Tú mandas en la casa pero nadie te hace caso", y todos soltamos un par de carcajadas. Luego las preguntas estuvieron dirigidas hacia mí, y es que también para ellos era atípico, que un joven de mi edad se entretuviera con personas que ya han caminado bastante. Y entre bromas alguien preguntó: ¿Que haces tú en el lugar de los pájaros caídos? y yo reaccioné inmediatamente, y dirigí mi mirada hacia el verdor del gras, seguramente allí encontraría a los pájaros caídos en el piso, no vi nada, pero de todas maneras un poco molesto y disgustado les dije: "¿quién carajo ha matado a los pájaros? debe ser un desadaptado ese cojudo. No saben que atentar contra la vida de los animales está penado en el Perú", repliqué. Y ellos con lo poco de oxígeno que ingresaba a sus pulmones soltaron carcajadas, y tanto se rieron que ya parecían unas "rapshikas".
Yo seguía sin entender, ellos dijeron que este era el lugar de los pájaros caídos, pero yo no encontraba a ningún pájaro caído en el piso. ¿Dónde están esos pájaros caídos que no los veo? pregunté, y uno de ellos me dijo: "tampoco lo vas a ver” y se rieron en complicidad. Y finalmente pude entender que ellos se referían a sus "pájaros". Me habían tomado el pelo estos "viejitos", y obviamente no podía quedarme así, y lo que hice fue preguntarles: "¿Es cierto que un anciano con los años se convierte en una fiera en la cama?". Uno de los astutos dijo rápidamente: "claro, porque hacemos el amor como un salvaje", a lo que repliqué categóricamente señalando: "No, sucede que sus pájaros ya no controlan el caño, por eso se mean en la cama para marcar su territorio como un salvaje". Y como ya se avistaba la presencia de la noche me retiré, porque si me quedaba un segundo más, explotaba en carcajadas por lo que había dicho.
*Escrito el 28 de febrero de 2014 desde Fribugo - Alemania.
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