Hoy hice el “Ausschlafen”,
es decir, dormí a gusto hasta que me desperté por mí mismo y no por el sonido
de un molestoso despertador o la bulla de alguien. Me senté junto a la ventana,
mientras en silencio observo el irreverente acto de algunas flores que de
manera tardía abren sus pétalos en invierno. Evoco la conversación de la noche
anterior, ya que en tertulia de vagos escribidores, surgió la curiosidad
respecto al año bisiesto, puesto que algunos hemos tenido la dicha de nacer en
un año bisiesto, aunque yo sé que existen leyendas negras al respecto.
Al hablar de
bisiestos, me recuerdo de la agraciada Anne, quien vivía en uno de los mágicos
pueblitos de la selva negra y a quien conocí en la feria dominical de Friburgo,
puesto que le compraba flores para Cristine (la abuela alemana de acogida), a
quien le encantaba que yo le regalase flores. Anne se convirtió en mi amiga y
comencé a visitarla, principalmente en primavera e invierno. En primavera,
porque ella tenía un inmenso jardín y observar la sinfonía de colores te dejaba
asombrado, y en invierno me encantaba escucharla mientras tomábamos chocolate
caliente y disfrutábamos de sus galletas recién horneadas.
Ella fue la
que me contó de la tradición irlandesa (tierra de sus raíces) respecto a nacer
en un año bisiesto. Me dijo que nacer en año bisiesto trae buena suerte, y que,
si alguien nace un 29 de febrero, los padres reciben un premio en dinero por parte
del gobierno y además, las mujeres aprovechan el 29 de febrero para proponer
matrimonio a sus novios, a los que según la tradición si rechazan la propuesta
les esperan penalidades y mala fortuna, de allí la lapidaría frase de “año
bisiesto, año siniestro”, aunque yo terminaba esa frase que ella mencionaba,
diciendo: “inclusive si el novio aceptase casarse, el año ya era siniestro,
porque el matrimonio es siniestro”. Ella soltaba carcajadas por mis
ocurrencias.
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