La señorita de la filosofía y los gatos

La señorita de la filosofía y los gatos

Hace unos años tuve la dicha de ser el enamorado de una hermosa señorita, amante de la filosofía y los gatos. De cariño le puse el sobrenombre de “Lou Salomé” y otras veces le decía “mi oropéndola ojos de capulí”, es que cuando la conocí llevaba puesto un pantalón negro y una casaca amarilla con capucha. Sus ojos eran poesía pura y su corazón era un manantial de donde brotaba sencillez y amor sin medida. 

Ella tenia la poderosa capacidad de domar mis demonios. A veces cuando estaba rabiando porque algo me había salido mal en algún proyecto, ella con sus preciosas manos acariciaba mi mejilla, y automáticamente la rabia y la ira desaparecían. Yo por mi parte a veces me sentaba varias horas junto a ella, tan sólo para escuchar de sus labios, que me contase todo lo que había hecho en la semana, ya que no era el tipo que andaba pendiente, ni andaba llamándola a cada momento. Otras veces de manera artesanal, le confeccionaba algunos poemas en compensación por mi poca atención. Mis versos le encantaban, ya que al escucharme recitarlos, ella se convertía en el ser más sublime sobre la faz de todos los universos posibles. 

Algunas veces me aparecía con un ramo de flores, otras veces le llevaba dulces y chocolates. Sobre los dulces, ella me decía que yo quería engordarla, yo muy hábil respondía señalando que si ella engordaba, podría venderla a los pishtacos, pues es sabido que los pishtacos valoran la grasa de los humanos y que los utilizan para el aceite de los aviones. Ella soltaba carcajadas. Sin embargo, mis predicciones fallaron, porque después de un tiempo, el que terminó engordando fui yo. 

Cuando ella menos lo esperaba, la llamaba desde números desconocidos, impostando mi voz y haciéndome pasar por otro para decirle que se había ganado un premio en la TV o que tenía una deuda en el banco. Al principio se sorprendía y parecía que caía en mi engaño, sin embargo, yo no podía sostener por muchos minutos mi mentira y terminaba por descubrirme a mi mismo. Obviamente me reía a carcajadas y ella también terminaba por reírse sin mesura. En realidad yo hacía esas llamadas, sólo por provocar sonrisas en su rostro. 

Nuestra relación terminó de la manera menos pensada, porque cierto día ella me pidió que le mencione, cuáles eran las 5 mejores creaciones de Nietzsche. Sin demoras le dije: 

1. Una aventura. 
2. Cali pachanguero.
3. Gotas de lluvia.
4. Sin sentimiento. 
5. Hagamos lo que diga el corazón.

Yo por mi parte, luego de decir eso, solté carcajadas, pero ella después de permanecer en silencio me dijo, hasta aquí llegamos, es momento de que cada quien siga por su rumbo. 

Cuando ella estaba presto a marcharse, se me ocurrió decirle: “die ewige Wiederkehr” (el eterno retorno). Al escuchar esas palabras, ella se sentó y me sentenció: ese es el problema, tú eres terco, no entiendes que cuando Nietzsche se refiere al “Eterno Retorno”, habla de un tiempo cíclico, que todo lo que sucede en la vida vuelve a repetirse. El tiempo al ser infinito, las cosas y los hechos volverán a suceder. 

Yo le repliqué y le dije que no estaba de acuerdo con esa afirmación, puesto que Nietzsche postula al “Eterno Retorno”, no como algo descriptivo, sino prescriptivo. Zaratrusta no acepta la concepción cíclica del tiempo y así lo da a entender en “De la visión y el enigma”. Ahí tiene una visión en la que aparece la figura de un pastor envuelto por una serpiente, y en la que el propio Zaratustra le dice al pastor que debe morder la cabeza de la serpiente. El pastor está asustado y paralizado, pero cuando logra morder y cortar la cabeza de la serpiente con sus propios dientes, se libra de la opresión. Esto significa la liberación de la opresión escatológica y circular del tiempo que produce disgusto. Morder la serpiente significa afrontar todo cuanto sucede, no necesariamente añorando el pasado y esperando el futuro, sino que el vivir en el presente, está el eterno retorno y el sentido de la existencia de la vida. 

Al ver que yo no iba a cambiar de parecer, ella se marchó, pero antes alcancé a decirle: “Te amo en todos los eternos retornos posibles”. Y ahí me quedé observando al cielo cubrirse con su manto gris de otoño. 


Artículo escrito por:

Pipiolo de Poeta y Blogger común y silvestre. Investigador y curioso en historia. Apasionado por el Derecho Constitucional. Partidario del federalismo. Autor del libro "Huellas de León". El amor es azul.💙 Yoel Ventura Rivera

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