Amada mía,
No sólo estamos en el ocaso del año 2020, sino también estamos en el epílogo del segundo decenio del siglo XXI. Este ha sido un año que ha hecho trastabillar a todas las sociedades de occidente y oriente. Las naciones más poderosas y las más pobres, todas hemos sucumbido ante los embates de la pandemia.
Este ha sido un año de sufrimientos, de tristezas y de nuevas formas de convivir. Tuvimos que adaptarnos a estar encerrados. Dejando pasar días y noches, semanas y meses. Asustados y escondidos de un enemigo que la naturaleza deja aparecer, de vez en cuando, en unos cientos de años.
Países con economías bien posicionadas han sufrido caídas, países con economías pobres han sido azotados mucho más. La gente ha tenido que escoger entre “morir por el virus, o morir de hambre”. No hemos podido enterrar como se debe a nuestros muertos. Muchas lágrimas se han llorado en penumbras, a solas, sin un abrazo sincero del amigo. Heridas abiertas, que sólo el tiempo ayudará a curar.
Una cuarentena de 15 días, se tradujo en meses. De vivir y movernos de un lugar a otro, pasamos a enclaustrarnos en nuestras casas. Fue difícil aprender a vivir sin poder caminar una tarde por el boulevard, sin salir a tomar café o helado, sin ir al campo. Fue difícil no poder viajar. Muchos nos quedamos con las maletas hechas de ilusión y con pasajes cancelados, cuyos vuelos que nunca despegaron.
Esta pandemia también ha servido para que se descubra la falsía de varios “amores”. Así también para que muchas mariposas se queden en el estómago y se extingan ahí. Muchos palpitares de noveles enamoradizos, fueron a parar a la tumba de las ilusiones. Sueños truncos que se han dormido acurrucados en algún lugar del tiempo, esperando despertar en otros momentos.
Sin embargo, no todo ha sido malo en esta pandemia. Ya que si me preguntases por si existe el amor en tiempos del coronavirus, sin pensarlo diría que sí. Ya que aprendimos a amar mucho más a nuestras familias. Aprendimos a consolarnos y darnos auténticos abrazos de fraternidad. De conocernos mucho más, de controlar nuestros temperamentos. De entender cuando había que guardar silencio, y de saber escuchar. Pero sobretodo, el amor que siento por ti ha crecido sin que te vea en meses, sin que te toque la puerta, sin que te tome de la mano, sin poder ver tus ojos bonitos. Este amor está robusto, gracias a la magia de la tecnología que nos mantuvo en contacto.
Así también, el espíritu solidario de las gentes ha salido a relucir. Aunque parecemos egoístas y miserables, pero nos hemos ayudado entre vecinos. El pan nunca ha faltado en nuestras mesas. Si en algunas casas escaseaba el alimento, la buena vecindad se ha hecho presente. No nos hemos dejado caer, a pesar de tener como obstáculo a los políticos.
Amada mía, me gustaría confesarte algo que le pedí a Dios: quisiera que la siguiente pandemia, sea de amor y que todos nos contagiemos y jamás encontremos la cura, porque ya hemos llorado demasiadas lágrimas y hemos pasado demasiadas horas sumidos en tristeza. Ya la lluvia nos ha mojado demasiado. Sé que en algún momento volverá a salir el sol, y con ello florecerá la esperanza sembrada en nuestros corazones.
Sé que gracias a Dios, has permanecido bien. Ya en otros momentos habrá tiempo para los abrazos que nos hicieron falta y los besos que están pendientes, pero principalmente habrá tiempo para que esos tus ojos bonitos me miren y automáticamente se borren mis pesares y sufrimientos.
Desde el apacible valle del Huallaga.
Con aprecio,
El que te adora siempre.
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